Delirio en el fondo del pozo
Sentado en el fondo de este aljibe sin agua,
donde reina la oscuridad y el silencio,
oigo el eco de voces lejanas que se disipan al querer atraparlas,
tanteo las paredes húmedas en busca de un lugar donde asirme.
Solo corre un pequeño chorrito
Siento la textura del musgo,
Intento de suavizar el rugoso ladrillo.
Cansado de gritar por el sonido ajeno,
Me dispongo a absorber esta negrura.
Invaden fantasmas, ilusiones,
Acechan los monstruos de la culpa,
Se burlan las hienas de la autocrítica,
Levantan sus martillos los jueces de la soberbia
Declarando “incapacidad” a todos los logros obtenidos con pena y sin gloria.
Tigres hambrientos recuerdan que el fin está cerca
Si el alimento no llega.
El hambre voraz carcome las ganas, drena las energías,
Ya ni siquiera existe la lucha por sobrevivir.
Pero déjame un ratito más
No me encandiles con el faro externo
Déjame acostumbrarme a la oscuridad
Mis ojos empezarán a ver por sí mismos
Disolviendo ilusiones
Amigándose con los ratones
Compartiendo con ellos la última migaja.
Poco a poco vislumbro las salientes piedras
Como asidero para trepada alpinista sin sogas,
Ubico los pies y las manos estratégicamente
para hacer la escalada
Solo.
SI quieres tírame una soga
Solo para hacerme sentir más seguro,
Pero no me alces a la fuerza,
Quiero elegir dónde poner mis huellas
Y agradecerle a cada piedra su punto de apoyo.
No me tires un baldazo para que se llene el pozo,
Deja que mis lágrimas sirvan para crear un reservorio,
Un estanque donde poder nadar
Y acercarme así a la superficie desde dentro.
No me malinterpretes, agradezco tu intento de ayudar
Pero necesito ver lo que hay aquí dentro
Descubrir las grietas por donde se coló el agua original
Cantar yo mismo un ritual a la lluvia
Valorar las fuerzas esenciales más allá de lo aprendido,
Acaso evaporarme y al vaho salir en nuevo espíritu de lucha.
Luego podré rescatar mis huesos y mi piel
Armar de nuevo la bolsa,
Ejercitarla y hacerla andar a los propósitos del vaho.
Lo que sí te pido, querido amigo, si me quieres bien,
Es esperarme a la orilla del aljibe
Y aguzar tu oído para escuchar mi débil voz
Cuando clama por una gota de miel,
Una pluma para agregar a mis alas,
Una rama para trepar cuando me sienta seguro.
Saldré, buen amigo, con mi bolsa de piel al hombro
De hienas y tigres y jueces, para enterrarlo en otro pozo,
Y le colocaré una lápida que diga:
“Aquí yace la escuela donde he transitado,
sobrevivido
y aprendido a volar”.
Silvia Munton
abril 2014