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Prosa

Entre el cielo y la tierra

Silencio…….Miro hacia arriba, hacia el cielo, en este hermoso jardín en que estoy sentada, escucho las campanas de la iglesia invitando a la misa que está por comenzar, ¡qué justo! Quizás estoy empezando una misa conmigo misma. Este momento es mágico: todo está quieto, miro un poco más y veo ondularse suavemente las hojas del sauce, y escucho el zorzal llamando, y ahora sí más fuerte escucho y veo una ráfaga de suave brisa que me enfría agradablemente el cuerpo. Y me mezo en la copa de la palmera, y juego con las hojas danzantes de la enredadera, y salto y me elevo volando hacia ese azul, moteado de nubes blancas, y me acompaña una gaviota en el vuelo, y luego ella sigue su camino y yo el mío. Sigo subiendo, liviana como una pluma, voy a posarme sobre ese copo de algodón. Y llego y no tiene consistencia el algodón, y no puedo aferrarme a nada, solo a mi cuerpo que me sigue a su pesar, por suerte, si no... ¿estaría muerta? Ven, todavía mi espíritu se aferra  a este mundo y habiendo dado una vueltita por allí, se dispone a volver. Escucho al cura en la iglesia de abajo: “Elevemos los corazones al Señor” y los feligreses repiten automáticamente “los tenemos levantados” y yo les grito desde arriba: "¡Por aquí!!!  ¡Aquí está hermoso!" Pero no me escuchan y se abren las puertas de la iglesia y las madres tironean a los hijos de la oreja para que no se vayan corriendo, y los maridos escupen por la ventana del auto a quien osó pasar antes que ellos, y los niños se miran y no entienden nada del mundo de los grandes.
Veo que es la hora de regresar allá abajo, a ir a hacer la comida para la familia, a ordenar los juguetes, a lavar la ropa, a leer un lindo cuento, y a seguir intentando que esos niños no sean más tironeados de las orejas, y que esos autos no sean más escupidos. No es que no pueda existir la rabia, las buenas costumbres y la competencia. Existen, sí, y justamente solo viéndolos es que podemos lidiar con ellos. Así es que, mejor que seguir volando, me voy a trabajar.
 

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