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Reflexiones

La Belleza y el Misterio, me pregunto si son sinónimos.

La belleza siempre es misteriosa. El misterio no siempre es bello. El misterio puede ser mortificante, angustiante; incompleto y atrayente, sí, pero no siempre bello.

En cambio la belleza siempre tiene, a mi ver, un halo de misterio. Aún en su mayor simplicidad, la belleza es misteriosa: ¿qué es lo que hace que la belleza sea bella? ¿Es el objeto en sí? ¿O es el estado en que se encuentra el observador para otorgarle belleza a la cosa?

Tomemos un árbol, una flor, un objeto natural, hasta la más mínima hojita de pasto: si los miro sin mirar, pensando en las tribulaciones del día, ni siquiera los detecto. Pero cuando aún en mis cavilaciones me sorprenden de repente, y se alzan frente a mí en mi paso al andar, es por un aire misterioso que me lleva a otro lugar que los encuentro bellos sin explicación. Y si quien viene caminando al lado mío puede entrar en esa misma sintonía, en esa otra dimensión que nos recuerda que hay algo más allá de nuestras propias narices, lo capta instantáneamente. Si es alguien que no puede salirse de sí mismo, no puede entrar en ese mundo misterioso del más allá que es la belleza.

El sol entrando diagonalmente a un paisaje oscuro, lo tiñe con su claridad realzando la belleza del lugar, y le da un aire de misterio. ¿Pero qué es ese misterio? La llamada de la vida misma que es siempre del más allá. Nos lleva a lo insondable, lo inabarcable, lo impensable para nuestras propias mentes. Luego tratará el pintor  de reproducir esa belleza natural en su propia paleta, y ya ahí nuevamente le agrega su propia cualidad de misterio, de originalidad, de creatividad, que es también no otra cosa que el misterio de esa vida misma del pintor que le da nueva vida a la obra. Y es el misterio de la vida renovándose continuamente a sí  misma, infinitamente.

En definitiva la belleza nos lleva al misterio de Dios, visto como la Vida con mayúscula. ¿Y qué hay de la belleza del misterio de la Muerte? Porque sí existe. Me ha pasado en carne y hueso experimentar una belleza sagrada en el acto de la muerte de mis propios padres, una reverencia misteriosa, del desconocimiento, del ¿adónde van? Y esa sacralidad es bella, en ese momento he sentido ser parte de la existencia toda, aún de la no-existencia física en este plano. Y es que la muerte no es sino la otra cara de la vida, sin vida no hay muerte, y sin muerte no hay vida. 

La belleza tiene la cualidad de lo vivo, siempre fresco, siempre nuevo, misteriosamente.

Lic. Silvia Munton - enero 2013

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